21/1/10

Mi amigo Remy




Estoy segura que si volviese a la estación de autobuses de Berry de Montigny a Montreal me lo encontraría ahí, en medio de los pasillos frente a los grandes ventanales, andando de un lado a otro moviendo los brazos y sus labios pronunciando plegarias. Vería a Remy como la primera vez, delgado y oscuro y con esta sonrisa y este candor en los ojos. Irresistible Remy. Loco Remy, amable y bondadoso.

Cada vez que iba en el centro de la ciudad me pasaba a saludar a Remy porque sabía que Remy era todo menos un loco. Y aunque fuese un loco. Cuando me veía subir por las escaleras automáticas se ponía muy contento, casi saltaba de alegría como un chiquillo travieso a la gran sorpresa de algunos viajantes escandalizados de ver a un hombre ya maduro actuar tan inocentemente; y entonces, después de un buen apretón de manos, íbamos a tomar un café en la cafetería de la estación y hablábamos de muchas cosas, sobre todo de la vida de inmigrante, de cómo era vivir en un país como Quebec cuando uno era haitiano. Hablaba Remy de Haití, su madre, su tierra, su dolorosa sangre madre tierra.

Un día de verano Remy me presentó a Jean-Paul, un amigo de la universidad porque Remy tenía estudios universitarios aunque la gente que lo veía hablar solo pensase que era un pobre negro que había perdido la razón. Jean-Paul era alto como Remy con este color de piel casi cobrizo y de textura suave como la seda. Esta suavidad pude acariciarla algunas semanas más tarde, en su mansarda donde fui a comer un arroz muy picante y con sabor a cacahuete. No solamente su piel era como la seda pero también su mirada y su interioridad, su espíritu, su alma. Jean-Paul también hablaba de su Haití, de su familia, madre, hermana, tíos, tías, abuelos, sobrinos, primos… Hablaba de la luz del cielo, y de los árboles y del verde que ya no era verde pero él seguía viéndolo así, desde una extraña añoranza impotente y triste.

Donde estarán Remy y Jean-Paul me pregunto mientras escucho las noticias sobre el terremoto. Que tristeza pensar en sus tristezas. Fuimos libres y un día volveremos a serlo, me decía Jean-Paul lágrimas en los ojos. Luego se ponía a reír, como un niño. Entonces íbamos a bailar en el Keur-Samba para rezar con nuestros cuerpos algo tan intenso como el mismo respirar y algo tan difícil de explicar como el destierro. Todo unido en el baile, lenguaje universal y cósmico y trascendente.

Han pasado muchos años pero yo sé que Remy sigue depie, mirando en su espacio interior algo que nadie puede entender. Y Jean-Paul sigue soñando en su Haití verde y profundamente humana, en sus paisajes inalterables por una luz solar incandescente, pesada como una roca de fuego. Paisaje lleno de voces de niños y mujeres, ondas amables bailando en el aire como bailaban sus manos cuando me hablaba de un lugar que le hacia vibrar el cuerpo como si tuviese fiebre. Me miraba serio, murmuraba de su voz oscura, Haití nunca ha parado de sufrir, Haití es como una mujer amada y querida, colmada de música, de dolor y de esperanza.





3 comentarios:

francesc dijo...

Están ahí, contigo, mientras tengan un hueco en tu corazón, ten por seguro que están.
Que decirte de Haití, en algún momento escuchando lo que se dice, no he reaccionado, no puedo entender, no asimilo ya , tanta desgracia junta. No solo por el terremoto, si no, por como se ha tratado este país, desde el primer día que los cristianos les impusieron un mundo con un solo Dios misericordioso...aveces ya no se si es hipocresía o esquizofrenia...tampoco se que es peor.
Un fuerte abrazo Lydia

la granota dijo...

precioso post, lydia

Lydia dijo...

Gracias amigos por vuestro comentario y por haber compartido esta pequeña historia que ha salido de mi corazón.

Un abrazo,