6/4/12

Marta Brodeur (pequeño homenaje poético).


Para Lyne, con cariño





Marta



Marta Brodeur

El cielo.

Marta contempla el cielo, allá arriba, tan alto y espacioso, ¡tela de seda iluminada! Estudia las estrellas una a una, sobre todo las estelas. Una para un deseo, un deseo inmenso, blanco y tierno cual una nube de azúcar. Yo quiero ser feliz.


Ha pasado el tiempo, pero el cielo sigue igual y las estrellas también. Y cuando veo una estela pienso en ella, Marta.


Marta adolescente


Marta Brodeur.

Era guapa como todas las mujeres de aquella época, majestuosa, elegante, coqueta. Nuestras madres eran todas tan estilizadas, casi con aire de personajes de cine. Mirando las fotografías de aquel entonces es como si nos encontrásemos enfrente de artistas desconocidas, perdidas en una espiral misteriosa y silenciosa… Mirando a Marta veo una mujer con una energía azul, suave y fuerte a la vez, cual el mar en verano. Como todas las mujeres tuvo sus momentos de inspiración, de sueños por realizar, momentos nostálgicos donde todo parecía posible como parecía posible estirar los brazos y tocar las estrellas.

Marta la bella misteriosa

Marta con una hermana.



Juventud.

Muy pronto fue madre de sus hermanos y hermanas. El cielo, ¿seguía inundado de estrellas, me pregunto? La vida es como un retablo de pinturas sin terminar… Alegrías, penas, momentos extraños y frágiles donde todo parece escaparse de entre los dedos. Me gusta bailar, decía. Y bailaba, loca y libre y gacela salvaje y libre. Era una bailarina de ojos muy oscuros, profundamente intensos. Sus piernas volaban como si tuviesen, de repente, alas.





Marta, una mariposa.
He conocido aventureras, capitanas de barco, amazonas, luchadoras, y he conocido a Marta, Marta la mariposa herida. La conocí un sábado de septiembre en un hospital, sentada sobre una cama su mirada igual de bella que en las fotografías que su hija me ha prestado. Me sonrió, de esta sonrisa de mariposa herida y suave. Recuerdo de haberle apretado la mano. Su amabilidad y su simplicidad. No sabía entonces que un día yo sería su nuera. No sabía que estaba en frente de una mujer extraordinaria, muy valiente. La vida, que es un sendero luminoso, nos permite encontrarnos, a veces, con ángeles.


Marta en el Hospital Grâce-d'Arc.


¡Quiero bailar!

Le gustaba bailar con sus bonitas piernas, piernas que mi esposo ha heredado, piernas de gacela feliz, piernas bien formadas con unos pies de estatua griega, piernas que un día ya no bailarían más, ya no caminarían mas, no sentirían más, no volarían más. Ella bailaba y sus pies golpeaban el suelo al ritmo de una música alegre, casi tribal, sus pies saltaban nerviosos, sus músculos energéticos, su cuerpo como el de un animal feliz. Los chicos la admiraban sobre todo Maurice que un día seria su marido hasta el final de su vida.

Marta y Maurice.




Marta y Maurice con Claude


La vida, simplemente.

Se casó, tuvo hijos, tres, los educó de la mejor manera que pudo. A veces, por las tardes, bailaba el rock-en-roll con Maurice y los críos reían. Era un tiempo como parado, un tiempo fuera del tiempo, un tiempo de búsqueda, de momentos duros, de dificultades, de limpiar y planchar. Adoraba colgar las sabanas sobre la cuerda afuera, en el patio, mirarlas  volar en el aire con la brisa matinal. Quizás imaginaba velas sobre un océano blanco o alas de albatros acariciando las riberas.




Marta.

Conocí a Marta en un hospital, ajustada en una cama hasta el final de sus días, paralizada de los pies a la cabeza, sonriente, suave, tenaz, fuerte. Tuvo varios hombres en su vida, Jerry el amable y triste, Terry el japonés. Enamorados de ella, de su vitalidad a pesar de sus alas rotas. Ella controlaba  su prisión clara, tan clara como un cielo lleno de nubes blancas.

Marta y Terry.

Marta y Jerry.




Un suspiro.

Un día cayó en el suelo, mientras iba de compras, otro día haciendo la cama. Se quedó sobre el suelo como un animal herido hasta la llegada de Maurice. En tres años todo fue como dicho, su cuerpo  helado en un muro donde hasta los suspiros ni tienen sentido.



Marta, simplemente.

La conocí y la perdí, un pájaro ha volado sobre mi cabeza, rozándome el pelo.


Marta y Maurice.






François, Claude, Lyne, Maurice y Marta






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso y Agradable,

Brindamos a tu salud, Marta ¡



Abrazos

amelia dijo...

que bella historia tan bien contada, no sabia nada de ella, apenas sabemos nada de las historias de las personas que conocemos, ¿ porque no bailo mas?, porque se quedo en una silla de ruedas?,
preciosas fotos, y unas palabras con mucho cariño que describen un tiempo de vida y amor, y nostalgia