Mi padre, que tenia muchos defectos, fue tambien un gran artista. Lo uno no quita lo otro, hay que reconocerlo. Su profesión, ebanista, la transformó en arte.
Los muebles que él creaba eran perfectos, macizos, duraderos. Dentro de cinco siglos, si no hemos desaparecido del mapa, aun estarán presentes estos enseres que mi padre se rehusaba a firmar. Su humildad, en este sentido, era alucinante. Su profesionalidad tambien. Fue un gran artesano. Arcaico, anti moderno, no quiso nunca comercializar sus obras. Murió pobre y desconocido.
Si hablo de mi padre, Laika, es porqué hoy he soñado en su casa. En el sueño la casa estaba habitada por dos mujeres, una madre y una hija. Trajinadas, preparaban una cena y el suelo de la cocina brillaba de un resplandor dorado. Era un suelo de madera, trabajado con mucho arte. Cuando me he despertado he recordado el parqué que mi padre hizo, de rodillas. Nunca le comenté lo bonito que era, nunca se me ocurrió decirle. Mi padre, en aquel entonces, era mi enemigo. Era el dragón con él que yo tenia que luchar, para sobrevivir.
Y es que quieras o nó, el padre es el primer hombre en la vida de una mujer. Es el primer encuentro con este ser tan diferente de nosotras, ¨el sexo opuesto¨, o el otro sexo.
Mi padre fue, pues, el primer hombre de mi vida. Gracias a este encuentro entre su destino y el mío, aprendí a auto-definirme. Descubrí mis fuerzas y mis debilidades. Desarrollé el mundo de las ideas, de la pasión, de la lucha. Aprendí a ser mujer.
Mi padre fue un gran machista. Y hoy, aunque parezca mentira, le tengo que agradecer esta mentalidad que tenía tan obtusa y cerrada, a ratos tan limitada. Mi feminismo viene de mi padre, que no paraba de burlarse de las mujeres y que estaba convencido que habíamos nacido para servir a los hombres y nada más. ¨ Las mujeres en la cocina ¨ decía sarcásticamente. Durante muchos años las comidas familiares fueron forum de discusión entre mi padre y yo. Agudicé la argumentación, las ideas. Fui una experta en peleas verbales.
Pero no todo es tan simple como lo parece, Laika. Si mi padre fue el primer hombre en mi vida, el primer modelo, justamente por esto mismo los hombres que aparecieron en mi ruta se le parecían de una manera muy peculiar. Eran machistas empedernidos, cínicos y, como dicen los anglosajones, un tanto algo ¨morons¨ . Y es que el forum de las comidas familiares lo había trasladado fuera de las paredes de casa, en bares, discotecas, en camas tristes y grises. Una tarda muchos años en descubrir, y a que precio, que a un padre no hay que buscarlo en los brazos de otros hombres. Al padre no se le puede cambiar, ni educar. El padre hay que eliminarlo, punto. El día en el que yo hundí la espada en el corazón de mi padre fue un gran día para mí, una gran liberación. Este gesto simbólico es una de las acciones más difíciles que una niña tiene que hacer para entrar en el mundo de la mujer.
Los padres nos enseñan que no todos los hombres son iguales. Que hay que luchar para ser una persona integra e independiente. El camino es arduo, peligroso, tramposo. Mi padre, perfeccionista, me mostró que la perfección no existía. Me enseño, sin saberlo, a ser fuerte como la madera con la cual él trabajaba. Y esta lección es el regalo mas duro y simple que mi padre me legó.
Los muebles que él creaba eran perfectos, macizos, duraderos. Dentro de cinco siglos, si no hemos desaparecido del mapa, aun estarán presentes estos enseres que mi padre se rehusaba a firmar. Su humildad, en este sentido, era alucinante. Su profesionalidad tambien. Fue un gran artesano. Arcaico, anti moderno, no quiso nunca comercializar sus obras. Murió pobre y desconocido.
Si hablo de mi padre, Laika, es porqué hoy he soñado en su casa. En el sueño la casa estaba habitada por dos mujeres, una madre y una hija. Trajinadas, preparaban una cena y el suelo de la cocina brillaba de un resplandor dorado. Era un suelo de madera, trabajado con mucho arte. Cuando me he despertado he recordado el parqué que mi padre hizo, de rodillas. Nunca le comenté lo bonito que era, nunca se me ocurrió decirle. Mi padre, en aquel entonces, era mi enemigo. Era el dragón con él que yo tenia que luchar, para sobrevivir.
Y es que quieras o nó, el padre es el primer hombre en la vida de una mujer. Es el primer encuentro con este ser tan diferente de nosotras, ¨el sexo opuesto¨, o el otro sexo.
Mi padre fue, pues, el primer hombre de mi vida. Gracias a este encuentro entre su destino y el mío, aprendí a auto-definirme. Descubrí mis fuerzas y mis debilidades. Desarrollé el mundo de las ideas, de la pasión, de la lucha. Aprendí a ser mujer.
Mi padre fue un gran machista. Y hoy, aunque parezca mentira, le tengo que agradecer esta mentalidad que tenía tan obtusa y cerrada, a ratos tan limitada. Mi feminismo viene de mi padre, que no paraba de burlarse de las mujeres y que estaba convencido que habíamos nacido para servir a los hombres y nada más. ¨ Las mujeres en la cocina ¨ decía sarcásticamente. Durante muchos años las comidas familiares fueron forum de discusión entre mi padre y yo. Agudicé la argumentación, las ideas. Fui una experta en peleas verbales.
Pero no todo es tan simple como lo parece, Laika. Si mi padre fue el primer hombre en mi vida, el primer modelo, justamente por esto mismo los hombres que aparecieron en mi ruta se le parecían de una manera muy peculiar. Eran machistas empedernidos, cínicos y, como dicen los anglosajones, un tanto algo ¨morons¨ . Y es que el forum de las comidas familiares lo había trasladado fuera de las paredes de casa, en bares, discotecas, en camas tristes y grises. Una tarda muchos años en descubrir, y a que precio, que a un padre no hay que buscarlo en los brazos de otros hombres. Al padre no se le puede cambiar, ni educar. El padre hay que eliminarlo, punto. El día en el que yo hundí la espada en el corazón de mi padre fue un gran día para mí, una gran liberación. Este gesto simbólico es una de las acciones más difíciles que una niña tiene que hacer para entrar en el mundo de la mujer.
Los padres nos enseñan que no todos los hombres son iguales. Que hay que luchar para ser una persona integra e independiente. El camino es arduo, peligroso, tramposo. Mi padre, perfeccionista, me mostró que la perfección no existía. Me enseño, sin saberlo, a ser fuerte como la madera con la cual él trabajaba. Y esta lección es el regalo mas duro y simple que mi padre me legó.
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