No conocemos o muy poco el mundo en el que vivimos. Nuestra visión de la tierra y sus habitantes, de sus culturas y sus vivencias es bastante limitado. Y una de las razones, creo, es porque miramos demasiado la televisión. Y porque somos una sociedad de consumidores y de egocéntricos.
Pero viajar… Viajar es olvidarse de uno mismo o más bien es reencontrarse gracias al Otro, este ser que nuestra mirada mira como por la primera vez y que sabemos es como nosotros, vivo, alegre y triste, con problemas de dinero, problemas familiares, con inquietudes y luchas que tendrá que tomar en mano; viajar es ver el mundo desde una perspectiva subjetiva, amorosa, fraterna, pero mirarlo y procurar entenderlo. No todos los viajes tienen esta mirada vitriólica y audaz, uno puede viajar y no ver nada.
Este libro de viajes de Paul Theroux deja un pequeño gusto amargo en la boca, sin embargo es un magnifico relato de un largo recorrido en trenes y Paul es un excelente escritor además de ser un excelente viajero: estamos con él durante todo el viaje, detrás de su gran curiosidad e inteligencia de análisis y su inmensa compasión.
Pero deja un gusto amargo, sí, y es que ver la miseria no es agradable. Molesta, inquieta, enfada tanta miseria. Uno se pregunta, ¿Cómo es posible? Hay países que idealizamos, como la India, y sin embargo no somos concientes, cuando la idealizamos, de lo caótico de este país que es colosal como un continente con sus millares de habitantes y sus diferencias religiosas y de casta y su tenebrosa miseria, una miseria apocalíptica pero que se aguanta y que sigue y que seguirá.
Avanzamos en tren con Paul Theroux en lugares extraños y bellos y tristes y siempre sus ojos nos hacen ver lo que no queremos mirar de frente: el caos, en primer lugar. Y entramos en él, en este caos que es como el infierno, oliendo, respirando, andando, mirando y con miedo y con sorpresa y con tristeza y muchas veces también con humor. Siempre cogidos de la mano de Paul Theroux, viajero valiente, aventurero, directo, franco. Niños hambrientos, ciudades inmundas, prostitutas de 12 años… ciudades monstruosas, estaciones de trén que son como un mapa del lugar, pueblos habitados por esqueletos, por la ignorancia, por la avaricia, por la guerra. El más triste lugar en este largo recorrido en Asia es este Vietnam que ya hemos olvidado, un país de una gran y extraordinaria belleza pero habitado por amputados, y sin embargo cuanta fuerza, dice Theroux, en estos vietnamitas que siguen viviendo aunque la guerra y los bombardeos y la destrucción ( Paul estuvo en el Vietnam cuando estaba en guerra, aún). Y hablando de esta guerra, Paul Theroux dice lo siguiente: el Imperio invade pero no hace nada más que destruir, no arregla nada, no mejora nada, no reconstruye. Y cuando lo ha destruido todo, puentes, casas, pueblos enteros, viviendas, vías, vidas… se va. Esto es lo que siempre han hecho los americanos, y lo que siguen haciendo (ahora en Irak, se están largando) y lo que harán hasta que el Imperio caiga y no pueda dar mas patadas. Esta última reflexión es mía.
Es un viaje triste este largo trayecto en varios trenes y cada tren es como un lugar en sí, con sus viajeros y sus maneras de viajar, atravesando continentes, ciudades, pueblos, campos, paisajes y túneles, puentes… Muchos sueños se desintegran durante este viaje casi surrealista y es bien que sea así. Es bien mirar lo que está pasando en este planeta de tantos contrastes, de tantísimas injusticias, de tanto dolor y miseria.
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