
Ayer Laika, estuve a punto de morir. Resbalé en casa y me golpee la nuca sobre una escalera de cimiento. El dolor fue atroz, como si alguien me hubiese clavado un cuchillo en la nuca. Pero lo más difícil de aceptar, lo que realmente dolió fue esta impotencia frente a un accidente. Y la muerte pasa al lado, soplándote en la oreja sus buenas tardes.
Sé que estuve a punto de morir porque si me hubiese golpeado un poco más abajo sobre la nuca, una milésima de centímetros más abajo, ya no estaría aquí contándotelo. Pero también lo sé porque cuando me levanté del suelo, con el dolor en la nuca, como en cámara lenta, supe que algo terrible había ocurrido. Me puse arcilla sobre el golpe y me estiré. El dolor era como una canción interior sobre la muerte, sobre mi muerte. Mi preocupación en aquel momento era de no morir para no dejar solo a mi marido. Y luego no quería morir: hay tantas cosas bellas en la vida, el verde del bosque, los paseos contigo Laika, la paz que hay en esta casita, mis animales, el cielo, el silencio, el viento, la lluvia, los libros. No quería que todo esto desapareciese en un instante, por culpa de un descuido, de una falta de atención que causó que mi pié resbalase. No podía ser que todo eso se me fuese de la vida, que yo quitase todo esto. Que yo dejase todo esto así, en una milésima de segundo.
Por la noche, entre el dolor y el miedo, había esta alegría feroz de seguir viva. Me parecía que estaba viviendo un milagro, y que este accidente era como un mensaje, una voz que me hablaba de algo al que no estoy preparada, ni mucho menos. Me parecía, y me sigue pareciendo, que este contacto con la muerte, mi muerte, es una lección infinitamente preciosa y valida.
No, Laika, no estamos preparados a morir.
Tuve la sensación de que me faltaba tiempo, tiempo para arreglar cosas, para finalizar cosas. Pero es inútil. Seguimos inpreparados. Seguimos pensando que somos eternos, que tenemos tiempo para decir lo que tenemos que decir, hablar lo que tenemos que hablar, hacer lo que tenemos que hacer. Ayer, de súbito, me di cuenta que no, que por muy concientes que estemos de que somos terrenales, que somos como una brisa, efímeros, transitorios, fugaces, no sabemos que nuestros días están contados. Y que cuando llegue la muerte la miraremos con gran sorpresa.
Hoy digo gracias a la vida, y te miro y sé que es un milagro verte, Laika.