
Cuando se trata de hablar de los toros, como dicen por aquí, es decir hablar de la Corrida, soy de una intransigencia muy parecida a la del hermano Jean, de la obra de Rabelais. Mi intransigencia es tan fuerte que podría levantar con un dedo una mesa de roble y tirarla sobre la cabeza de los que disfrutan de este espectáculo immoral.
Dentro de unos días este pueblo se llenará de turistas para venir a ver torturar a los toros. Ellos dicen que esto es arte, y lo dicen tan convencidos, pobres ignorantes. Lo juro, cuando uno venga y me diga esta burrada lo voy a coger por el cuello y le voy a decir lo siguiente:
Oye, guapo, chulo, ¿Dices arte? ¿Ves este alfiler? Pues con él te voy a pinchar tus cojones, si es que los tienes, y mientras te pincho te diré que esto es Arte. A ver si te gusta, imbécil.
Ya lo dije, soy intransigente. Soy obtusa, pierdo la razón. No puedo soportar el sadismo camuflado con palabras de buen gusto. Dicen también por aquí, y se creen tan inteligentes cuando lo dicen, que los toros están “hechos” para esto. Es decir: para que los maten torturándolos. Que gente tan bonita.
Siento rabia y vergüenza ajena. Me da vergüenza pasearme por el pueblo cuando vienen con autobuses y con sus Mercedes y todos tan orgullosos de participar en algo tan inhumano y tan sádico. Al Marques de Sade le gustaría esta gentuza. Porque son gentuza, ni más ni menos.
Cuando es tiempo de Corrida se me ponen los pelos de punta. Miro España y me digo lo atrasado que está este país. Comen carne, les gusta el ganado, la ganadería, y además, por si no fuese poco, disfrutan viendo matar sádicamente al toro, una de las bestias más nobles de la tierra. Me recuerdan los patéticos turistas que compran manos de gorilas para utilizarlas como cenicero. Son así de irrespetuosos, sin moral, sin ética.
Digo: banda de imbéciles.
