31/7/08

No vale la pena

Laika, no vale la pena enfadarse porqué todo es mucho más simple. Sin embargo nos enfadamos y siempre nos enfadamos por cosas que parecen importantes pero que en el fondo son como la brisa, finas y casi transparentes.

No vale la pena, repito, ya que lo que cuenta es esta montaña, dios de la tierra. Ella nunca se conmueve, solo ES. Su presencia, casi eterna, es fuerza y poder, fuerza y tranquilidad. La montaña soporta todo y sigue siendo una montaña, el dios de mi tierra.

¿Por qué nos enfadamos? Si no vale la pena ya que todo pasa, y todo se va, si todo acaba por irse, desaparecer. Hasta el enfado. Y solo cuenta la integridad de la montaña y el cielo, arriba.



En casa, Laika, siempre ha habido enfados. Recuerdo a mi padre, sus idas y venidas, sus chillidos, sus rabias. Y total. Ya nada queda, todo se ha ido, su voz de trueno, sus críticas acerbas, sus demoliciones verbales y ásperas sobre la política, la sociedad, la gente. Nada, Laika, nada ha quedado. Entonces, francamente, no vale la pena enfadarse.

La montaña, ella, dura y majestuosa, lo soporta todo, la lluvia, el sol, el viento, la nieve, los rayos, los truenos, y hasta nuestra mirada soporta y eso desde una gran paz y una gran presencia. Y en toda simplicidad. Y esto me gusta de ella, Laika, de este dios de la tierra que está aquí para enseñarme que no vale la pena enfadarse.




13/7/08

Ya estamos de vuelta


Laika ya estamos de vuelta. No es fácil cambiar de lugar, de ciudad, de región pero lo hemos hecho lo más simplemente posible, y aquí estamos.

Aunque el verano tarde, Laika, aunque tarde el verano en llegar. No nos damos cuenta de que el cambio climático es algo real y no un simple slogan o una idea en el aire. Y cuando nos daremos cuenta de ello ya será muy tarde, amiga.

Antes de que acabe el mundo hemos decidido de ir a vivir en un pueblo de 34 habitantes. En invierno hay unas 15 personas en esta aldea que dicen es la segunda más alta de la región. Estamos a 1,200 metros de altitud y aquí hay todo lo que no tenía antes y que me faltaba: aire puro, viento, lluvia, truenos, relámpagos, árboles, montañas, silencio, paz… y poca gente.



He descubierto que una de mis prioridades es la simplicidad. Vivir lo más simplemente posible es lo que he decidido de hacer.

No me arrepiento de haberme ido de un pueblo dormitorio con 9.000 coches y dónde las compañeras de trabajo bajaban la cabeza, en la calle, para no saludarme. Les agradezco de este comportamiento. Los otros, Laika, son siempre un espejo, una puerta, una ventana. Y al verlas actuar así de repente me pregunté: ¿qué hago yo aquí? Y es cuando decidí marcharme de Olivenza.

Y agradezco a las cotorras y a las criticonas que detrás de sus sonrisas aguardaban con una navaja: por el solo hecho de verme hablar con un amigo trataban a mi marido de gilipollas. Ah, Laika, como les agradezco de haberme abierto los ojos sobre la falsedad, la hipocresía y la maldad. Sin hablar del racismo y del proteccionismo. Y del miedo a la diferencia. También agradezco a los funcionarios de haberse portado mal conmigo, de haberme mirado con desprecio, de haberse burlado de mi, de mis estudios, de mis ganas de trabajar. Les agradezco y les compadezco. Sus vidas son grises y aburridas y sólo saben divertirse insultando la inteligencia de la gente que va hacia ellos pidiendo ayuda. Pero una sabe que los funcionarios siempre tratan mal a la gente. Todo esto y mucho más ha sido la causa de que he decidido irme.

No es que yo sea una naive, Laika. A mi edad ya una no puede permitirse ser naive. Pero vivir en un lugar es también compartir, cooperar, implicarse y participar. ¿Cómo podía yo vivir en un pueblo dónde la sola verdadera actividad social era la Corrida?

Sin embargo también he sido feliz en Olivenza: me permitió apreciar el poder vivir cerca del campo, el descubrir una cierta tranquilidad, más espacio, más paz. El poder comprarme un cochecito que me ha permitido recorrer muchas autopistas y llegar hasta aquí. El conocer a gente muy bonita del Sahara Occidental que me abrieron sus puertas y compartieron conmigo un excelente té. El haber estado en contacto con una naturopata muy evolucionada y muy inteligente. El participar en un Club de lectura relativamente interesante. Pero llega un momento, Laika, en que las maletas se tienen que hacer y hay que emprender una nueva travesía. Y así va la vida.





¡Ya estamos de vuelta, Laika! Presentes y felices.