5/5/11

Sobre el Mago, Virginia Woolf y otras cosillas más...



Ayer de repente rodeada de madres de familia delante del mostrador de la carnicería cada una con su monedero bien cogido de las manos recordé de súbito el que mi madre tenia que llevaba de una mano mientras de la otra me tomaba la mía andando entre las calles del barrio para ir a hacer las compras del día. Sentí como si el tiempo, tantos años, no hubiesen pasado. Me sentí niña, me sentí feliz como en aquellos días de tanto sol, un sol límpido sobre mi pelo negro, mi frente, mis rodillas.


Mi madre era feliz, yo también ya que ella lo era. Luego todo esto pasó, cuando fuimos a vivir en Canadá. Luego llegaron tiempos muy fríos y depresiones y tristezas.

 
Pero ayer yo volví a ser aquella niña con tanta energía, la energía del sol sobre mí y volví a ser traviesa, y movediza, y soberana de mi vida. Cuando eres una niña o un niño los dioses siempre están de tu lado, cómplices, guías, soldados de guarda. ¿Como es posible que todo esto, esta energía y creatividad, desaparezca de tu vida al hacerte mayor? Debe ser que nos olvidamos de nuestra esencia.



Pienso pues que es importante, en estos tiempos que estamos viviendo, de volver a retomar esta energía infantil, esta energía inocente, esta potente alegría solar. Es lo que me digo sentada aquí, en el borde del camino mientras Laika no para de jugar sobre la tierra y los pájaros no paran de cantar. Y entre mis manos una novela de Virginia Woolf y el cielo, arriba, muy azul.



Nadie ha dicho que esta tarea sea fácil, la de guardar nuestra inocencia e intuición. La creatividad, y esto Virginia Woolf lo vivía a flor de piel, pide de nosotros constancia, vigilancia, curiosidad. Pide la presencia del dolor, y de la alegría. Pide ayuda de los dioses, estos dioses tan atentos cuando éramos niños ya que entonces fuimos atención pura.



Entonces nuestros oídos eran conchas de mar y sentíamos el palpitar de nuestro mar interior, su latido azul y líquido, su flujo lleno de esperanza que iba de espiral en espiral.



De niños éramos capaces de oír, teníamos esta capacidad, este Poder. Estaba a nuestro alcance. Y ahora, si queremos seguir adelante y sobrevivir debemos volver a esta pura inocencia.



Los dioses siguen presentes, nos rodean pero no los vemos. Están: el dios de los bosques que susurra misterios sobre la vida y la muerte, y si prestamos atención nos dice que todo es cambio, transformación y que nada se “pierde”, al contrario. Nos enseña este dios verde y humedo que en sus caminos, los caminos de los bosques de nuestras vidas, siempre encontraremos guías, aquí un árbol, allá un pájaro, más allá un sapo…



¿Y el dios de los océanos? Escuchemos su constancia, su ritmo, lo que nos dice de lo sub-marino que hay en nosotros donde otros dioses nos están esperando, cada noche, para guiarnos y dirigir nuestros pasos en la oscuridad de la más tenebrosa oscuridad de nuestro núcleo y centro. Y con la ayuda de estos guias podremos confrontar el Minutario, sin miedo de perdernos en un laberinto sin salida.


Y si miramos hacia arriba, hacia los cielos… el dios sol nos enseñara lo que es la energía pura ya que es el dios del fuego que nos permite ver nuestro propio fuego interior, dios del equilibrio y del magnetismo, dios de nuestra tierra, de la vida.



De niños fuimos magos a la imagen del Mago de la carta del Tarot de Marseille, teníamos los pies bien incrustados sobre la tierra y todo estaba a nuestro alcance, los misterios, los juegos. Esta mesa del Mago es nuestra mente, con nuestras ideas y nuestros sueños. Podemos jugar al alquimista, todo es posible. En la Tribu todo es posible y necesario. Es importante prestar atención a nuestra mente, a nuestro entorno, a nuestras percepciones. Virginia Woolf fue capaz de crear obras maestras porque supo sentarse enfrente de un espejo y mirar quien era ella, sin miedo. De pequeños sabíamos quien éramos, lo vivíamos, lo sentíamos. Ahora debemos volver a encontrarnos para seguir avanzando.



He estado inspirada por la lectura de una entrada en este blog

9 comentarios:

amelia dijo...

Creo que las ratas viejas y sabias nunca hemos perdido el don de la inocencia, y de sentir a los elementos, creo que hemos sido tocadas por el hada divina del tormento de nunca envejecer por dentro, quizas por eso sufrimos tanto, porque estamos puras y con juventud en el corazón,
no sabia que te habias ido a canada, y me imagino que te sentirias como yo me siento ahora, triste y sola, en una ciudad fria, aunque en la mia hace sol, es una ciudad, pienso que lo importante de nosotras mismas es no perder nuestro poder, de ser independientes y no ser el apendice de nadie, eso he aprendido en este destierro que yo misma escogi pensando que era mejor para todos, y ahora es mejor para todos menos para mi. Pero esto me aparta de tu escrito, que es precioso, dichosa tu que puedes sentir el sol y mirar al cielo y sentirte libre, un abrazo compañera.

Anónimo dijo...

De nuevo encuentras esa energía cuando encuentras el sentido de tu vida, y entonces te parece que determinados conocimientos vienen a ti como si alguien te los soplara. Como si siempre los hubieses sabido y ahora estés recordando.
Como decia Sansagán el Bravo a Frodo: Ahora lo comprendo todo; nosotros elegimos vivir estos tiempos, que mañana los trovadores cantaran a las gentes por las calles, porque es en estos tiempos en los que las almas como las nuestras cobran sentido y se iluminan y resplandecen y se unen a la eternidad.(Bueno, no se si decia eso exactamente, pero si no ya lo digo yo)
Abrazo Fuerte.

Lydia dijo...

Amelia querida vieja rata, no, no me he ido al Canada, pero me fuí cuando tuve 11 años, cuando era una niña traviesa, aún. Sigo siendo muy traviesa, como tú. Pero nadie lo sabe ni lo nota.

Algun dia volveré al Canada, estoy en ello, que si me voy, que si no me voy, mientras contemplo el mundo en convulsiones. Por ahora estoy aqui, presente y viva y espectadora y actora de estos tiempos inmemorables, únicos, especiales, extraordinarios. Cuando seamos viejas los jovenes escucharán nuestras voces y nos miraran sorprendidos, si es que los jovenes del futuro tendrán aun este don de sorprenderse, lo que dudo. Pues entonces hablaremos con los perros y los gatos y con las lagartijas que nos escucharán con admiración.

Un abrazo,

Lydia dijo...

Gracias Nadie por tu aportación. Estamos construyendo el futuro con nuestras risas y nuestros rompecabezas, alguien digo yo será testigo de todos nosotros que quisimos luz y sutilidad. Ya sabes, la Tribu se va formando, no es una alegoria ni un sueño, pero una realidad.

Un abrazo fuerte,

amelia dijo...

no me referia a ahora con lo del canada, sino que no sabia que estuviste de pequeña, por eso imagino que hablas también el ingles y frances, un abrazo lydia

Lydia dijo...

Gracias Ame, de todas maneras cuando me vaya se enterara todo el mundo, hasta Bin Laden se enterará. jeje

Un abrazo,

Anónimo dijo...

Hola,

Que Preciosidad...¡¡

Es una Alegría y un honor si el arrocito te inspiró.

[ puede que diera hambre también, je je ]

Que Maravilla la que nos traes,
Gracias

Abrazos

Franziska dijo...

Es desolador pero es preciso aceptarlo que, en lo que a mi respecta, hace años que desapareció aquella niña que solía encontrar en el espejo de mi cuarto de baño. Ahora sólo veo los ojos cansados de una vieja que, a veces quisiera ser inocente como los niños pero que no lo consigue y que lo único que la aproxima a la inocencia es la compañía de los niños y de los gatos, esos seres misteriosos a los que yo nunca he visto envejecer.

Has escrito un relato lleno de encanto y para mí, un disfrute entretenerme con su lectura.

Queda a la espera de otras nuevas y sorprendentes historias, de esas historias que fraguas mientras paseas con Laika y reflexionas. un abrazo.

Lydia dijo...

Franziska gracias por tu visita. Pues yo creo que sigues con esta inocencia, las fotos que haces lo prueban. La edad o la mirada cansada no hace que perdamos la inocencia. Por otra parte tienes razon, los gatos nunca envejecen. son extraordinarios. Debe ser su atitud frente a la vida que les hace así. Habria que seguir su filosofia.

Un abrazo,